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EL FRANCÉS

  • Curro Mendoza
  • 12 ago 2018
  • 4 Min. de lectura

El francés


Sí, el destino a veces es caprichoso, en este caso lo fue. Recuerdo que fue la primera noche, tras la primera fiesta, estábamos agotados Peter y yo, cuando decidimos volver al apartamento, a la salida, como siempre un grupo de participantes en el evento.

A estas alturas ya eran varios a los que conocíamos y, a la hora de la despedida, alguien preguntó.

—¿Vais para la urbanización?

—Sí dijo Peter, estamos cansados, ha sido un día muy largo.

—Pues mira, te puedes ir con ellos, —dijo dirigiéndose a un tercero.

Era un osito de esos a los que le había echado el ojo, no, no era de esos de caerte de espalda, pero si muy apetecible, maduro, barba, cara simpática y…

Bueno, de esa jornada apenas recuerdo nada más creo que nos intercambiamos nombres, alguna que otra mirada, pero al llegar a la urbanización, cada uno a su sitio, y lamentablemente nuestros apartamentos estaban diametralmente opuestos.

A partir de esa noche todo cambió, las miradas cada vez eran más intensas, ya no solo era interés mutuo, ya todo era deseo y era un deseo a tres, ya que Peter me había comentado lo mucho que le ponía el francesito.

Sí fue el día de la fiesta obrera, con los disfraces más morbosos, cuando al entrar en el cuarto oscuro me lo encontré. Lo arrinconé entre el espacio que divide, los pequeños reservados protegidos por livianas cortinas de tiras de cuero. Lo hice devorándolo, comiéndole la boca con energía, mientras mis manos se entretenía con sus pezones, Su respuesta estaba llena de pasión, dejaba sus pezones y masajeaba su duras nalgas, en un momento tras un prolongado beso me miró a los ojos y se agacho a comerme el rabo.

El juego ya había comenzado, era el indicador, que ambos podríamos llegar muy lejos y tras un par de mamadas mutuas le arrastré hasta el reservado de la cama redonda.

Allí retozamos como niños, nuestros cuerpos desnudos y sudorosos, tras despojarnos de la poca ropa que llevábamos, se deslizaban sobre la capa de sudor que ya habíamos creado, nuestra pollas aprisionadas entre los dos cuerpos se deslizaban orgullosas de retozar con otro macho y disfrutar de él.

En ese momento vi que Peter se acercaba, saqué el brazo y tiré de él hacia dentro.

La sorpresa de su cara no se borró hasta que tras acostumbrarse a la oscuridad, pudo comprobar quinees estábamos allí dentro, su sonrisa ilumino la estancia y tras un pequeño atisbo de timidez, se unió a un morreo a tres.

No separábamos nuestras bocas cuando entre el francés y yo, le arrancamos el sombrero y le bajamos el peto de jardinero que había lucido en la fiesta.

Apenas unos instantes después estaba tan desnudo como nosotros, era un revoltijos de cuerpos, de piernas que se entrelazaban, cuerpos que resbalaban, bocas que se comían, pollas duras que dolían, tratando de encontrar cobijo.

Me puse en pie, mientras ellos permanecían de rodillas, el francés se abrazó a una de mis piernas y lamia mis huevos, Peter tragaba mi polla hasta el fondo de su garganta, yo estaba en la gloria tratando de controlarme, de disfrutar, de sentir el placer al máximo, sin llegar a correrme.

Peter se sentó de espaldas a la pared, le follé la boca sin contemplaciones, en alguna ocasión, le venia una pequeña arcada, tomaba aire y se disponía de nuevo a tragar mi polla con más intensidad si ello era posible.

El francés se situó tras de mí, abrió mis nalgas con las dos manos y sin previo aviso, escupió en mi ano y se lanzó a lamerlo como si ello le fuera la vida.

Yo puse mis manos sobre la pared. Me dejaba taladrar el ojete por esa lengua pertinaz, que me estaba arrastrando a un placer desconocido, mientras Peter, me abría las nalgas para facilitar el trabajo al francés y me comía el rabo, me lamia los huevos y me los envolvía en esa capa de saliva tan rica que solo el sabe producir en esos momentos tan placenteros.

—Chicos parad, me estoy volviendo loco de placer y de seguir así no tardaré en explotar.

Automáticamente se incorporaron los dos, nos besamos en un jugoso beso a tres y los dejé a los dos seguir jugando, al tiempo que yo me aparté un momento sentándome contra la pared a descansar un poco.

Ellos se seguían comiendo la boca, Peter se arrodillo de nuevo y comenzó a lamerle el grande, a olerlo, saborearlo hasta terminan engulléndolo, el francés se arrodillo mientras jugaba con sus manos en las nalgas de Peter.

Yo disfrutaba de la atmosfera que habíamos creado, en el habitáculo el olor a sexo a deseo era intenso, entre las tiras de cuera de vez en cuando una mano las apartaba y metía la cabeza para tratar de ver lo que ocurría allí, y yo me pajeaba como un loco, la situación era de lo más excitante y ante la expectación que se estaba creado en el exterior todo parecía prometer un desenlace mucho más populoso.

Peter se incorporó, se puso contra la pared y ofreció su culo al francés, este no lo dudo, se arrodilló tras él y comenzó a lamerlo con fruición, yo era ver y no me resistí, pegué un salto y me volví a unir a ellos en el juego.

Peter giró su cabeza al verme y nos entrelazamos en un profundo beso.

—Joder que gusto me fa el francesito con su lengua.

Yo le corte la frase con un nuevo morreo, mientras le agarraba la polla y comprobaba el estado de gran estado de excitación en el que se hallaba.

—Ya lo veo cabrón como te estás poniendo.

Lo besé en la nuca, bajé lamiendo su espalda hasta encontrarme con sus nalgas. El francés se dio cuenta de mi incorporación al juego, se separó del encharcado culo de Peter y me dio un buen morreo.

—Joder que culo tiene el nene.

—¿Te gusta verdad?

—Me tiene a mil, joder.

Me incorporé, besé de nuevo la nuevo la nuca de Peter. Sentí como se estremeció de placer y volviendo la cabeza me dijo.

—¡Quiero que me folléis los dos!

 
 
 

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