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El camarero

  • Curro Mendoza
  • 2 ago 2018
  • 5 Min. de lectura

El camarero

Sobre las once de la mañana llegamos al complejo naturista, Vera Nature, éramos muy conscientes que con suerte hasta las doce no nos entregarían las llaves, no fue el caso, pero esto creo que de alguna manera fue la mejor manera de comenzar estas vacaciones.

Peter y yo habíamos dejado la maleta en la recepción, fueron unos momentos de compartir con los organizadores y a la vez ir tomando contacto con algunos de los compañeros con los íbamos a compartir la siguiente semana. Es cierto que la espera se hizo larga, nuestro apartamento era uno de los últimos que se entregaron y en esta larga espera, salimos a la terraza, de la recepción, que compartía espacio con una cafetería.

El viaje había hecho mella, el cansancio y las ganas de una ducha estaban muy presente y a pesar de habernos ofrecido la posibilidad de irnos a dar un baño a la piscina, preferimos tomar algo fresco y esperar a poder hacernos cargos del apartamento.

El ambiente era tan distendido, que no era capaz de discernir mucho, todo el mundo ofrecíamos la mejor de nuestras sonrisas, mostrábamos la mejor de nuestras caras, y en rara ocasión era capaz de recordar el nombre de la persona o personas que se acababa de presentar.

Estaba cansado, algo distraído, solo recordaba lo amable que había sido el camarero, su amplia sonrisa, sus dientes blanquísimos y esos pantalones vaqueros cortados que apenas le cubrían los glúteos.

No, para nada era el prototipo de tío que a mi me pone, pero circunstancialmente tuve que ir al servicio y a la salida, un roce fortuito, se alargó más de la cuenta, entonces vinieron las miradas, el reconocimiento del deseo, en la profundidad de sus ojos y el comienzo de un ronroneo que hasta el tercer día no quedo resuelto.

Las miradas, las conversaciones cada vez más tórridas, fue el abono perfecto, con la cuenta del desayuno del tercer día, me dio un número de teléfono y esa misma mañana ya habíamos concretado una cita para esa misma noche, sería después de su jornada de trabajo, en su pequeño apartamento —en Vera pueblo, el punto de encuentro la rotonda, allí me recogería y comenzaría la tórrida noche que salvo el intermedio de la Glow party terminaría de madrugada.

La jornada había sido muy intensa, pero no comenzó hasta las doce del medio día con la subida al autocar que nos habría de llevar al Cabo de Gata, este fue el motivo que la estancia en la cafetería se alargara más de la cuenta y entre las pullitas de Peter, mi compañero y el camarero que andaba algo excitado, se produjo la cita de una manera espontánea.

Fue ya por la tarde, a la vuelta en el autocar, cuando entre risas y meternos con el conductor del autobús, Peter mirándome algo serio me dijo:

—Esta noche a la cita con el camarero vas tú solo, creo que yo tengo otros planes.

—¡No jodas tío!, no te me vayas a rajar ahora.

—No es rajarme, solo que creo que lo pasaremos mejor esta noche por separado, que juntos.

—¿Poe qué dices eso?

—Creo que yo sobro, ya me lo contarás mañana.

A las doce como un clavo estaba impaciente esperando en el aparcamiento cercano a la rotonda, cuando desde un coche que se acercaba, tocaron levemente el claxon, no había duda, era él.

En silencio de la media noche, abrí la puerta del coche y me subí, solo una mirada de soslayo, que parecía rayos X, y segundos después una mano que se deslizaba sobre mi muslo izquierdo, tratando de comprobar la mercancía, yo solo de pensar en lo que nos esperaba empezaba a estar excitado y obviamente esto tenia su reflejo en mi entrepierna.

El apartamento estaba en un segundo piso, de esos que tiene acceso a través de una escalera externa y nada mas cerrar la puerta me puso de espaldas contra la misma y literalmente me comió.

Sentí como sus labios forzaban a los míos, como su lengua violaba mi boca, hasta meterla en lo más profundo de mi garganta, mientras sus manos me despojaban de la camiseta y su cuerpo se frotaba contra el mio.

Me dejó con la camiseta sin sacar del todo mi cara cubierta por ella, mis brazos en alto y mis sobacos…

A veces carecer de la percepción visual, acentúa otros sentidos, eso es algo que solo hay que probar para convencerse, sentir su lengua lamiendo mis pezones anillados, como su nariz olisqueaba mis sobacos y su lengua recorriendo cada recoveco de ellos me hizo gemir placer.

Sus manos de manera ansiosa, soltaban el botón de mis vaqueros y apenas bajo la cremallera, mi polla ante la ausencia de gayumbos, salto alegre en busca de sus libertad, entonces el camarero se olvidó del resto, se arrodilló y comenzó a olisquear mis bajos, dio un primer lametazo a mi endurecido rabo, lo lamió como si de un helado se tratara, después, cogiéndolo con la mano, beso mi glande y sin pensárselo dos veces lo engulló, un escalofrió recorrió mi columna, seguía con la camiseta cubriéndome la cara y no me esperaba que el juego fuera tan rápido, me concentré y pude evitar el eminente orgasmo.

El camarero dándose cuenta del momento de calentura, se levantó, me despojo definidamente de la camiseta y me arrastró al dormitorio.

—No tenemos mucho tiempo —me dijo casi al oído— a la vez que se desnudaba y se ponía a cuatro patas y se ponía una generosa porción de saliva en el ojal.

—Ahora ¡fóllame sin contemplaciones, clávamela de golpe, rómpeme el culo!

No necesité mucho más, apuntalé mi rabo, apenas apreté en su jugosa diana y mi polla fue absorbida hasta los huevos, noté como me mordía la base del nabo con su esfínter y sin contemplaciones comencé un frenético movimiento de mete-saca.

Sus gemidos iban en aumento, yo estaba a punto de correrme, empecé a cambiar el movimiento haciendo uno rotatorio.

—¡Cabrón si sigues así me corro!

—Venga córrete, yo estoy a punto.

Solo un poco mas de movimiento de cadera, un par de envestidas y los gritos, los gemidos de placer se debieron de oír en toda la urbanización.

La habitación se inundo de olor a sexo y semen, nuestros cuerpos sudorosos, nuestras voces entrecortadas.

—Si nos damos prisas aún llegaremos a la Glow party.

Al entrar en el coche sobre mi piel aún sentía sus caricias, su sudor mezclado con el mio, en mis oídos aun perduraban el eco de nuestros gemidos. Cuando de nuevo y justo antes de aparcar a la puerta del Cruissing, me dijo:

—Después si quieres repetimos, aquí en el cuarto oscuro, en la playa o de nuevo en mi casa.

Le sonreí, entramos por separado al local y desde aquel momento, el camarero y yo nos mirábamos de otra manera, nuestras miradas eran de deseo contenido, aunque después de esta noche que termino con el alba, durante estos días no volvimos a follar.



 
 
 

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