LOS MARROQUÍS I
- Curro Mendoza
- 20 nov 2016
- 5 Min. de lectura

Por fin había llegado a Madrid hace algunos meses, la crisis de la construcción había sido el empujón necesario, aquí ya tenía acomodo y medios para vivir.
El cambio había sido radical, ahora ya se me estaban borrando de las manos los callos y en el tema de sexo el abanico era tan amplio, tan brutal comparado a provincias de donde vengo, que para mí era el paraíso.
Mi roll de macho castigador, mi porte, metro ochenta y cinco y mis casi ochenta y cinco kilos de peso, hacía que muchos tíos volvieran la cabeza al cruzarse conmigo por la calle.
He de reconocer que mi cara también me ayuda y los treinta años es la edad perfecta para los más jovencitos que buscan experimentados y para los maduritos que no les van los niñatos.
En estas pocas semanas mi vida sexual había sido tan intensa que en algunos momentos ya empezaba a sentirme un tanto hastiado de tanta promiscuidad y tanto polvo desaforado.
En alguna noche de desvelo, incluso me sentía una polla andante y esto por primera vez en mi vida empezaba a preocuparme, era una nueva alarma hasta ahora desconocida en mí, una alarma que me alertaba del exceso de sexo, o tal vez del aburrimiento y la monotonía que me estaba llegando, al ser en este bendito Chueca algo tan accesible.
Lo que si había empezado a observar, que me excitaba cuando algún tío, se lanzaba a tocarme el culo a jugar con él, eso me ponía mas burro y luego a la hora de entrar a matar, remataba faena con mayor brutalidad de lo normal, con lo que mi reputación en el foro ya corría de boca en boca y algunos me llamaban el torito.
Pero en mi fuero interno, en mi más profunda intimidad, fantaseaba con enfrentarme un día a un macho de verdad, a un macho que en la lucha cuerpo a cuerpo, en la igualdad de la lucha, el que saliera victorioso, obtuviera del otro, aquello que más le apeteciera, sin mediar palabra, sin hacer caso a suplicas, solo la sumisión del perdedor ante el macho victorioso, ante el macho alfa.
Fue después de una noche de estas, en la madrugada a la hora de levantarse casi, me desperté, sudoroso, pensando en una situación así y con la polla pegada a mi vientre, dura, poderosa como nunca.
Después de una buena ducha refrescante, salí a la calle a hacer unas gestiones y tras el café, en el café de la esquina de abajo, me fui al súper de al lado para adquirir alguna cosas necesarias.
Llevaba algún tiempo fijándome en los tíos más chungos, marroquís, algún brasileiro moreno y de nuevo mi mente se disparaba, y mis más bajos instintos afloraban.
Era un supermercado de estos de gama baja, donde moros, rumanos, polacos son la clientela que más lo frecuenta. Estaba agachado buscando un artículo dispuesto en la parte más baja de la estantería, cuando un cuerpo se frotó contra el mío tratando de pasar al otro lado, no lo había visto llegar, pero si un olor especial, me anuncio su llegada, y el roce de su cuerpo con el mío, disparó mi imaginación y el resorte de mi rabo.
Al pasar lo miré, era árabe, pantalones vaqueros sucios y ese olor, agridulce, mezcla de poco limpieza y de piel distinta a la nuestra, el olor de esas chupas de cuero negra, que como uniforme suelen usar todos en invierno, y esa cara de piel oscura, mal afeitada, de varias días sin ser rasurada, me hicieron seguirle a la caja, sin haber conseguido las cosas que había venido a buscar, mi olfato seguía la estela de ese olor, la rastreaba al mismo tiempo que me hacía sentir como una puta, como un objeto para su uso, como una fuerte esnifada de poppers que me erizaba la piel y me abría los poros en canal.
En la caja de modo casi indisimulado, me aproximaba más a él, me quería imbuir en él, quería ser él, o que él estuviera tan cerca de mí, que nuestro cuerpos fueran uno, que nuestro sudor fuera una capa que envolviera los dos cuerpos, que nuestros gemidos fueran un único alarido, que… nuestras almas vagara unidas por el espacio sin límite de tiempo ni universo.
En una de estas envestidas, el tío se dio cuenta, me miró sonrió para sus adentros y tras recoger las vueltas que la cajera le daba salió del local.
Salí de mi ensoñación, pagué los pocos artículos que llevaba en la cesta y salí del local algo defraudado.
Al volver la esquina, me lo encuentro discutiendo con otro marroquí, no me había percatado de que no estaba solo, y definitivamente mi sueño se desvaneció.
Al acercarme los oía gritarse, pero según me acerqué un silencio sepulcral, daba la impresión como si estuvieran hablando de mí, o era mi calentón que seguía vivo.
Al llegar a su altura, los miré, y el desconocido, me clavó la mirada y en un, castellano no muy claro, me dijo:
─¿VAMOS?
No daba mucho crédito a lo que había oído, pero agache la cabeza y permanecí a su lado en silencio y sin moverme, ellos iniciaron el camino y yo los seguí un par de pasos detrás.
Estábamos en pleno Lavapiés, subimos los pisos por una escalera estrecha mal iluminada a pesar de ser medio día y de un olor discutible, al llegar al rellano del quinto piso, y abrir la puerta fue el imperio de los olores, solo apto para pituitarias resistivas, pero al entrar al dormitorio a donde el desconocido de los dos moros, casi me llevó a rastras, fue todo un subidón, un fuerte olor a humanidad, olor a pies tipo quesos azul, ropas sudadas y el olor de la piel, yo permanecía inmóvil, hasta que un fuerte hostión, mientras me gritaba:
─Ponte de rodillas,
Me saco de mi deleito y me volvió a un mundo más terrenal…
Me arrodillé, cerré los ojos y el calor de su pelvis lo sentí acercarse a mi cara, al mismo tiempo que el ruido inconfundible de la cremallera de los vaqueros rasgaba el silencio al bajar, al liberar su paquete el más íntimo de sus olores me envolvió, y sin apenas abrir los ojos, lancé mi lengua como avanzadilla hacia esa masa de carne morcillona y color oscura, su gordo capullo de un color más rosado y fuerte olor agrio, entro en mi boca, su sabor era amargo, y empezaba a disfrutar de él.
Me cogió fuertemente de la nuca, sus dedos enredados con mis pelos me aferraban con intensidad sin dejarme hacer ningún tipo de vaivén sobre ese pedazo de carne que me llevaba al paraíso terrenal, cuando mi boca se llenó de jugo, tarde en reaccionar y empezar a tragar, no lo esperaba, jamás lo había probado y ante el desagrado inicial, comencé a tragar, no pensé en lo que era, solo que era el néctar de un dios, néctar que generosamente me ofrecía y yo no podía menos de agradecer.
Cuando el líquido disminuyó y apenas quedaba un pequeño sorbo en mi boca saqué la polla lo saboreé y lo disfrute en grado sumo y al final mi lengua buscó la última gota que salía de su interior, dejando totalmente limpio de meos ese bendito agujero.
Una sonora hostia en mi cara, me sacó de este ensimismamiento.
─Ahora cabrón, abre bien la boca que te la quiero follar.
Sin apenas tiempo a reaccionar sentí mi garganta llena, la asfixia me provocaba un fuerte vómito, y grandes arcadas me venían, mientras unas lágrimas rodaban desde mis ojos hasta mis mejillas. La sacó, pude apenas tomar aire, antes de una nueva envestida, y solo unas décimas de segundos para acompasar sus envestidas brutales a mis ciclos respiratorios.
Todo a mí alrededor flotaba, apenas conseguía respirar en condiciones, pero la atmósfera, los olores que me envolvían, esa polla rompiéndome la glotis, hacían que mi polla luciera orgullosa y dura.
Sus jadeos, me indicaban que el fin estaba próximo, me relajé disfruté de sus últimas empaladas en mi boca y me dispuse a recibir toda su descarga y al mismo tiempo explotar yo mismo.
Un nuevo hostión me sacó de mi error.
─Traga y relájate, no se te ocurra acabar, que esto solo acaba de empezar.

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