EL REPOSO DE LOS GUERREROS
- Curro Mendoza
- 1 nov 2016
- 5 Min. de lectura

Después de la noche de juerga en casa de Pep, donde disfruté de un papel protagonista indiscutible, bajamos todos a tomar un chocolate con churros en la cafetería de la esquina, Toni, el camarero chulazo, que siempre nos prometía probar un día con nosotros, al vernos aparecer casi en plan multitud, nos preguntó:
¿Qué de vuelta a casa, después de una noche de juerga?
Pep, con la sonrisa más grande que pudo y hablando lo suficientemente alto para que se le oyera bien, le dijo:
─No saliendo de casa después de una noche de vicio.
A Toni se le subió la sangre de golpe a la cara, cambiando el color de su piel blanquecino por un sonrosado que le delataban, y en su entrepierna un subidón que se apreciaba de lejos.
─¿Te hubieras animado de una vez?
Deslizo su mirada suavemente por cada uno de nosotros y tomándose su tiempo, al final contesto.
─Esto ha debido de ser de película, siete tíos, todos tan aparentes como se ve, si además ha sido cargadita de morbo y vicio como me contáis, hubiera sido un estreno de película y nunca mejor dicho.
Frank, con su frescura espontanea, soltó nuevamente una sonora carcajada, antes de decirlo; y no quiero contarte que estreno hubieras tenido, marcándose con una mano todo el instrumental en el vaquero desgastado.
Toni se quedo eclipsado mirando el gesto de Frank, y cuando pudo reaccionar se marchó a atender a otros clientes que acababan de llegar y se habían situado en el lado opuesto de la barra.
De vez en cuando miraba de reojo y azorado por la situación se le cayó un taza de café de la mano, síntoma de lo muy nerviosos que lo habíamos puesto.
Nos tomamos nuestros churros, y a la hora de pagarle Pep le dijo:
─Tomate una tilita, si no, tendrás un mal día.
Nos sonrió, y dándose un ligero toque, nos dijo:
─Tendré que hacer una visita de urgencia al señor Roca.
Nos despedimos allí del resto del grupo y Pep, Frank y yo volvimos a la casa a dormir.
Un suave ruido del exterior es lo primero que mis oídos percibieron, estaba boca abajo, con el brazo derecho bajo la almohada como es costumbre en mí. Estaba un poco girado, Frank sobre mí me babeaba el culo y masajeaba mis huevos, Pep, entre sus piernas volvía a tragarse ese pedazo de carne, y sí, eran sus gemidos los que realmente me despertaron.
Cuando realmente llegué a ser consciente, mi ano estaba totalmente dilatado y dos dedos de Frank entraban y salían sin dificultad de mi interior.
Pep se incorporó y vino a comerme la boca, aprovechó y me susurro al oído, lo mucho que le había gustado mi culo a Frank.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, en frio, relajado y pensar en aquel pedazo de carne hacia que me estremeciera.
Pep, no dejaba de meter su lengua en mi boca, de lametear mi oreja y antes de que pudiera responde, me encontré con el frasquito de poppers en mi nariz.
Después se tiró entre Frank y yo, según sacaba tres de sus dedazos de mi interior, se los metió en la boca, los lamió, engraso nuevamente y escupiendo en mi culo lo lamió.
Frank volvió a llenarme con sus tres dedos, entro hasta el final sin dificultad alguna, se apartó, se agarró el nabo con la mano derecha y apuntándolo me lo metió de un tirón, lo hizo suavemente sin prisa, pero si retroceder ni un milímetro.
Cuando quise darme cuenta sus caderas estaban envueltas por mis piernas, mis huevos aprisionados por su vientre, mi polla frotándose contra mi tripa y la cara de Frank, frente a la mía, su cálido aliento encendiendo el ambiente entre los dos y su voz susurrante diciéndome:
─¿Este bien?
Solo pude responderle:
─No sé ni cómo estoy, pero esto debe ser la gloria.
Soltó su característica carcajada, y puso fin a toda delicadeza, al principio de una manera suave que permitía a Pep al mismo tiempo hacerle una buena lamida de culo, después de modo imperioso entraba y salía de mí, yo pensaba que en cualquiera de las salida, con su polla saldría todo mi intestino, pero cada vez que volvía a meterse en mí, era como un soplo de vida nueva, como un nuevo aliento que me enardecía y me hacía gemir y gritar de placer, se acabaron los eufemismos, lo suaves gemidos, lo susurros, ya todo eran jadeos gritos, movimientos violentos.
En una de esas clavadas, resoplé, lo sentí muy dentro de mí, el permaneció por unos segundo inmóvil, y unos instantes después, gritó.
No me lo podía creer, por un instante esperé su descarga de néctar en mi interior, estaba con los ojos cerrados, mordiéndome los labios, al no sentir nada, al contrario, la polla de Frank se endureció de modo violento en mi interior y no sentí convulsión ninguna, abrí los ojos, detrás de Frank, Pep, se la había clavado de un solo golpe y tras la sorpresa, Frank se relajó e inicio un nuevo movimiento, movimiento doblemente placentero para él, Pep y yo éramos meras estatuas, él se movía hacia adelante llenándome de felicidad, se movía hacia atrás y se llenaba de la polla de Pep radiando de felicidad por sus gemidos y suspiros.
Yo no podía aguantas mucho más, tomé de nuevo el frasquito de poppers, hundí mi cabeza sobre la almohada, me relaje y deje que el hiciera.
Él se retorcía esos pezones gordos y duros. Pep por su parte se agarraba de sus propias nalgas, tal vez echando de menos otra polla que lo llenara y dejaba que Frank diera los impulsos necesarios para que el juego nos llevara a extremos impensables, acercándonos por momentos a la explosión final.
Yo había conseguido relajarme, estaba en excitación máxima y en cualquier momento solo con oír decir cualquier cosa, ya me vaciaría, cuando Pep le grito:
─Una clavada mas así y me corro.
Frank, debía de ser lo que necesitaba oír, fueron necesarios un par de movimientos más de sus caderas, Pep soltó un alarido, yo me abandono sobre la almohada y así amortigüe mis gemidos.
Frank como un toro bravío, mugió, gritó, resopló, jadeó, y en mi interior sus explosiones se hacían eco de su orgasmo.
Noté como su polla se endureció, como instantes después unas ligeras contracciones me inundaban el culo y seguidamente uno tras otros como potentes disparos llegaron sus descargas de leche.
Entre en un multi-orgasmo, mi polla libre entre mis piernas era una descarga continua de leche y no sé si fue un fuerte y muy intenso orgasmo, o una multitud de ellos en cadena.
Pep se dejó caer a mi derecha, Frank, salió despacio de dentro de mí, y se dejó caer a mi izquierda y entre gemidos y suspiros en disminución, el mundo nuevamente desapareció y un profundo sueño nos envolvió por varias horas más.
Cuando me desperté Pep estaba levantando la persiana y descorriendo las cortinas los últimos rayos de sol caían en la calle.
Sobre el colchón en la sábana blanca orgullosos los restos de la batalla, al mirarlos nos reímos, mientras deshaciendo la cama y poniéndola de limpio, nos dimos la última ducha y nos fuimos cada uno a nuestra casa, con la promesa de repetir la experiencia de las últimas veinticuatro horas.

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